Carlos López Mendoza es socorrista y vocero de la Cruz Roja Salvadoreña. Ha vivido momentos difíciles, en guerra y paz. / DEM


Con más de 40 años al servicio de los salvadoreños, Carlos López Mendoza, vocero de la Cruz Roja Salvadoreña, ha dedicado su vida a atender todo tipo de emergencias: 50 galardones a su nombre, incluyendo una condecoración como embajador de socorristas de El Salvador ante la Organización de las Naciones Unidas y más el reconocimiento como Hijo Meritísimo de El Salvador, no le quitan su humildad. Don Carlitos, como le llaman cariñosamente sus conocidos, continúa prestando sus servicios como socorrista y ha acompañado a salvadoreños y extranjeros en distintas emergencias a nivel nacional e internacional; el huracán Fifi que azotó Honduras en 1974 o los terremotos de 1986 y 2001 en El Salvador. Y el conflicto armado.

Llegó a la Cruz Roja el 26 de enero de 1974. Cuenta que desde pequeño, una de las inquietudes que tenía era ser médico, pero por circunstancias económicas y la repentina muerte de su padre, se vio obligado a trabajar desde los 13 años. “Siempre me gustó escuchar hablar del Club Rotario, oía hablar del Club de Leones, de la Cruz Roja, y dije: algún día voy a estar ahí”, narra. Así fue.

Alrededor de 1970, mientras trabajaba como repartidor de leche, llegó a ‘El Napito’, un restaurante en la carretera a Los Planes de Renderos, que recuerda era su último cliente del día; escuchó cómo un niño pedía auxilio para su madre que se encontraba a punto de dar a luz. No fue hasta que, cuatro años después mientras leía el periódico, encontró un anuncio que decía “Hágase socorrista, salve una vida: Curso completamente gratis”, y decidió que era su oportunidad. Tenía 35 años.

 

Ser socorrista en la guerra

Don Carlitos recuerda que, quizás por la adrenalina, llegó a hacer cosas que él mismo califica como “indebidas”. “Si iba yo solo con el motorista, yo les decía ‘Subite, pues”, cuenta. Recuerda incluso que en una ocasión, con tal de protegerlo y ayudarle a conseguir mejores fotografías, hizo pasar como herido a Roberto Aldana, periodista que falleció en julio de 2010.

Durante la Ofensiva Hasta el Tope, cuando la guerra estaba por terminar, la guerrilla había tomado el pueblo de Tamanique, donde fue enviado a servir. Bajo el fuego cruzado, cuenta Mendoza, había soldados heridos y los combatientes de la guerrilla se encontraban disparando desde una loma cercana. Un soldado les pidió auxilio para que lo sacaran y le quitaran el fusil, y al acercarse a éste escuchó los disparos. “No me dieron a mí, era solo para asustar”, aclara.

Sacó su bandera blanca y comenzó a ondearla, gritando “¡Sigan su camino, sigan su camino!”, y lograron socorrer al herido. Don Carlitos confiesa que fue en esa ocasión en la que más tuvo miedo, pero agradece a Dios el haberlo protegido.

Al ser instructor del curso de primeros auxilios, todos los fines de semana iba a Chalatenango a impartir charlas, y recuerda a una joven del lugar. Compañeros socorristas encontraron sus zapatos y todos la dieron por desaparecida, pero señala que, al terminar el conflicto, regresó a la Cruz Roja a buscarlo. Al cuestionarla, la joven confesó que había fingido su propia muerte porque habían amenazado a su familia. Don Carlos narra alegremente omo, a pesar de haber vivido muchos casos, este es uno de los que le parecen más interesantes. “Ella está viva”, sonríe.

 

El día de la paz

El día en que finalmente se firmó la paz se encontraba brindando sus servicios como socorrista, durante los diálogos previos al acuerdo final en 1992 y durante la celebración del pueblo en la Plaza Morazán.Primero en La Palma, Chalatenango, en octubre de 1984. Luego en Ayagualo, La Libertad, en noviembre del mismo año; y en la Nunciatura Apostólica en 1987; don Carlos Mendoza estuvo en todas las negociaciones entre el Gobierno y el FMLN, viviendo de cerca el proceso de la paz, brindando su apoyo como socorrista de la Cruz Roja.“Recuerdo estar afuera, rogando a Dios para que se llegara a algo, y se logró”, asevera.

La única opción para rescatarlo. Un testigo de la operación comenzó a temblar y preguntó a otro testigo qué era lo que le pasaba. Este respondió que los padres del joven habían sido asesinados en el conflicto y los helicópteros le recordaban la masacre. “Cinco años le daba al país para que se normalizara, pero lastimosamente no fue así. Yo le pido a Monseñor Romero que interceda por nosotros”, afirma.

 

Unidad para la paz

Ser socorrista de época de paz es, dice, más difícil, porque no hay respeto de los criminales porque van traer un paciente “del otro lado”. “En la guerra, sí, yo iba, me metía a los dos bandos”, recuerda Don Carlitos quien se daba el “lujo” de transportar guerrilleros y soldados en la misma ambulancia.

“Nosotros como Cruz Roja tenemos un principio, que es el de la unidad”, plantea. “Trabajar todos en conjunto, independientemente de las diferencias que podamos tener, pero vamos por un solo fin”, agrega.

Don Carlitos es creyente, pero es bastante enfático al decir que no es suficiente sentarse a rezar: “Para la construcción de la paz debemos empezar por nosotros mismos. Nuestra paz interior (…) démosla nosotros”.